En
un principio, las enfermedades se consideraban pecados que afectaban
al alma de las personas, lo cual se traducía en daños del propio
cuerpo. Por ello una de las primeras acciones tras la pérdida de
salud por parte de un enfermo consistía en la puesta en conocimiento
de la situación del individuo afectado a un sacerdote que atendiese
a la situación y ayudase en lo posible; tras ello, el siguiente paso
sería advertir a un médico o encargado sanitario. Es por ello que
la confesión y la comunión eran las medicinas más empleadas en la
época, considerando que el recibir a Dios era la cura para las
enfermedades.
Así
pues y siguiendo esta línea marcada, se consideraría que los males
del alma eran ocasionados inicialmente por el Diablo, que corrompía
a los individuos y les causaba estos males. Aquí llegaría a entrar
en juego el exorcismo y el deseo de escapar del dominio demoníaco.
Según avanzaba la sociedad se extendió la premisa de que, una
enfermedad podía llegar a transmitirse por el aire o por aguas
corrompidas que a su vez contaminaban todo aquello con lo que
estuviera en contacto.
Estos
aspectos seguían vigentes en la sociedad española de comienzos de
la era moderna y especialmente en núcleos eclesiásticos y de gran
tradición religiosa. Sin embargo se dan lugar a su vez a círculos
menos sacralizados en los que las enfermedades se basaban en un
trasfondo confuso que unía magia, remedios naturales y costumbres
transmitidas de generación en generación. Dentro de estas
costumbres destaca el empleo de medicinas como hierbas o productos
animales, y remedios en forma de ungüentos, cocciones o baños entre
otros tipos.
Se
pensaba que el origen de las enfermedades venía dado por
perturbaciones del equilibrio corporal, ocasionadas se suponía por
la alta exposición a los cambios de temperatura, la humedad, las
corrientes de aire; e incluso por el estado de los sentimientos del
individuo o los excesos de comida y bebida. Cabría destacar a su vez
la fuerte creencia de la acción de espíritus malignos y hechizos o
males de ojo.
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