El
caso concreto de la peste supuso un punto y aparte en el miedo que
causaba a la población. Era muy extendida la creencia de que esta
enfermedad se transmitía con la mera mirada, pero lo cierto es que
se propagaba por el aire y de muy sencilla manera. Cualquiera podría
contagiarse teniendo un mínimo contacto con un paciente de este mal.
Esto
supuso una grave desestructuración social, así como un horror para
todo aquel que padeciese los síntomas, pues era rápidamente
apartado de la sociedad y aislado del contacto humano; no podía
relacionar ni tan siquiera con sus parientes y seres queridos, lo
cual suponía una dramática situación para todos los afectados.
Este
comportamiento no variaría con el paso del tiempo, y a la hora de
tratar un caso de peste era inevitable que esta situación se
repitiese. Nadie quería tener proximidad con el enfermo dados los
riesgos que ello suponía, de modo que eran abandonados en sus
residencias dónde sufrían y fallecían, o trasladados a espacios
externos a las zonas urbanas donde igualmente eran apartados todos
los pacientes hasta fallecer; de esta labor se encargaban
profesionales sanitarios que se arriesgaban a contagiarse.
Una
conducta muy común ante signos de contagio en la localidad dónde se
residía era la huída a otras zonas y fueran urbanas o rurales. En
este éxodo improvisado no se tenía en cuenta la posición social de
las personas, así como su riqueza o su cargo y autoridad;
simplemente se buscaba el alejarse del foco de la enfermedad. Sin
embargo, la mayoría de personas que lograban escabullirse de su
ciudad antes de que esta se aislase por la enfermedad solían estar
ya contagiadas, de manera que suponían un factor más que expandiese
la peste por el mundo.
Por
otro lado se encontraban aquellos que por el ya nombrado aislamiento,
o por la falta de capacidad de reacción o de valor, no abandonaron
sus localidades. En este aislamiento al que se veían sometidas las
ciudades la población vivía bajo el miedo y la desconfianza, un
descontrol que únicamente aceleraría su declive y caída, junto a
la de sus habitantes. Había sin embargo quienes preferían
mantenerse al margen del caos de la calle y se refugiaban en sus
casas, adoptando una postura religiosa y de oración; fue
especialmente duro para ellos el no poder velar a sus familiares por
miedo al contagio.
En
contraparte a ellos se muestran aquellos que preferían dedicarse al
exceso y desenfreno, buscando el apurar sus últimos momentos de
vida.
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