Como
ya se ha comentado anteriormente, la creencia que aseguraba la
infección de enfermedades por el aire o el agua era compartida por
toda la comunidad, fuera cual fuera el nivel social o el cargo que se
desempeñara. Esto supuso una preocupación por la insalubridad de
las zonas y viviendas, especialmente en aquellas zonas dónde el
ascenso demográfico era mayor.
Las
infraestructuras higiénicas eran insuficientes: la pureza del
abastecimiento de agua no siempre era asegurada, el alcantarillado
era muy imperfecto y los servicios dedicados específicamente a la
limpieza nulos, la pavimentación era escasa y deteriorada de
manera que en tiempos de lluvia se ocasionaban barrizales; además de
ello, se dieron lugar a pozos negros, montones de estiércol por las
calles y desperdicios en la vía pública; una serie de problemas de
muy difícil solución en su momento. Es preciso destacar la
presencia de residuos de actividades artesanales y de manufacturas,
como por ejemplo de las curtidurías, las carnicerías o las
pescaderías. A ello se le unían cementerios mal localizados y
descuidados, que se convertían en focos permanentes de enfermedad y
putrefacción. En este aspecto se nombra también a los hospitales,
cuyos residuos localizados en las cercanías suponían
paradójicamente motivos de infección y contagio.
Los
regidores municipales serían los encargados de solventar este
problema, pero no ponían demasiado empeño en la labor; sin embargo,
la mayor razón que impedía mejorar la situación sería la poca
disponibilidad del vecindario a cambiar sus costumbres malsanas,
junto a la escasez de recursos y fondos económicos necesarios para
llevar a cabo los cambios y reformas contra la insalubridad.
Este
panorama, pese a parecer exagerado, es el descrito en las fuentes
consultadas de la época y monografías sobre las localidades
españolas de la edad Moderna.
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