El triunfo de la muerte

El triunfo de la muerte

martes, 2 de diciembre de 2014

El cuerpo sufriente

No existían las enfermedades colectivas, eran enfermedades personales, estas eran consideradas por la población como el resultado de la propia ética personal.

El cuerpo del enfermo se convertía en un verdadero campo de batalla entre el bien y el mal. Entre los signos de los cuerpos sufrientes: fiebre, sudor, pus que rellenaba los bubones y excreciones de los apestados que emitían un hedor de descomposición infecto.

La imagen de los cadáveres agolpados, semidesnudos conducidos hacia las fosas era el escenario de un dantesco infierno colectivo, la población miraba horrorizada todo este proceso fúnebre.

Los muertos eran recogidos por los esclavos o presos, en algunas ocasiones se llegaron a utilizar a los locos como tenemos registrado en el caso de Valencia.

En distintos testimonios se recoge el impacto social que tuvieron las epidemias y se hace referencia a la fragilidad de la vida humana haciendo especial hincapié en los niños al privárseles la fuente de vida que representaban los pechos de sus madres muertas por la epidemia.

Una vez la enfermedad era ya presente en la ciudad, había dos caminos: la huida o la cuarentena. Los que contaban con mayores recursos escogían la primera de las opciones y escapaban hasta sus retiros en el campo. Los pueblos quedaban totalmente ausentes y en muchas ocasiones los contagiados eran los únicos presentes en el acontecimiento de la muerte. En muchas ocasiones esta decisión de huir no se producía con total libertad, las clases más desfavorecidas como los vagabundos o los extranjeros en muchas ocasiones fueron expulsados de las ciudades, estos eran recibidos generalmente con violencia en las poblaciones rurales a las que acudían.

La melancolía entre los vivos era algo muy frecuente, esta en los hombres generaba temor y tristeza que los conducía a la desconfianza hacia sus semejantes. Tambien observamos actitudes egoistas.

La idea de la brevedad de la vida producía entre los hombres y las mujeres procurarse placeres hasta las últimas consecuencias, así pues podemos observar como en tiempos de epidemias había una mayor libertad sexual, es decir, existía una verdadera relajación de costumbres, incluso en algunas comunidades religiosas se llevaba una vida alejada de cualquier tipo de moral y disciplina.

Todo el mundo era un ser potencialmente peligroso y por tanto temido. Las relaciones humanas quedaban más tocadas cuando más necesarias eran.

No solamente se daba la muerte del cuerpo, sino también la muerte del alma puesto que en los enterramientos no se podían llevar acabo los rituales que habitualmente se realizaban.

El sufrimiento corporal y la pobreza asociados a los contagios adquirieron un nuevo significado.

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