No existían las enfermedades colectivas, eran enfermedades
personales, estas eran consideradas por la población como el
resultado de la propia ética personal.
El cuerpo del enfermo se convertía en un verdadero campo de batalla
entre el bien y el mal. Entre los signos de los cuerpos sufrientes:
fiebre, sudor, pus que rellenaba los bubones y excreciones de los
apestados que emitían un hedor de descomposición infecto.
La imagen de los cadáveres agolpados, semidesnudos conducidos hacia
las fosas era el escenario de un dantesco infierno colectivo, la
población miraba horrorizada todo este proceso fúnebre.
Los muertos eran recogidos por los esclavos o presos, en algunas
ocasiones se llegaron a utilizar a los locos como tenemos registrado
en el caso de Valencia.
En distintos testimonios se recoge el impacto social que tuvieron las
epidemias y se hace referencia a la fragilidad de la vida humana
haciendo especial hincapié en los niños al privárseles la fuente
de vida que representaban los pechos de sus madres muertas por la
epidemia.
Una vez la enfermedad era ya presente en la ciudad, había dos
caminos: la huida o la cuarentena. Los que contaban con mayores
recursos escogían la primera de las opciones y escapaban hasta sus
retiros en el campo. Los pueblos quedaban totalmente ausentes y en
muchas ocasiones los contagiados eran los únicos presentes en el
acontecimiento de la muerte. En muchas ocasiones esta decisión de
huir no se producía con total libertad, las clases más
desfavorecidas como los vagabundos o los extranjeros en muchas
ocasiones fueron expulsados de las ciudades, estos eran recibidos
generalmente con violencia en las poblaciones rurales a las que
acudían.
La melancolía entre los vivos era algo muy frecuente, esta en los
hombres generaba temor y tristeza que los conducía a la desconfianza
hacia sus semejantes. Tambien observamos actitudes egoistas.
La idea de la brevedad de la vida producía entre los hombres y las
mujeres procurarse placeres hasta las últimas consecuencias, así
pues podemos observar como en tiempos de epidemias había una mayor
libertad sexual, es decir, existía una verdadera relajación de
costumbres, incluso en algunas comunidades religiosas se llevaba una
vida alejada de cualquier tipo de moral y disciplina.
Todo el mundo era un ser potencialmente peligroso y por tanto temido.
Las relaciones humanas quedaban más tocadas cuando más necesarias
eran.
No solamente se daba la muerte del cuerpo, sino también la muerte
del alma puesto que en los enterramientos no se podían llevar acabo
los rituales que habitualmente se realizaban.
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